Premisa nº 1: in illo tempore

El mundo debe mucho a Greenpeace: fueron pioneros. El esfuerzo y activismo de sus militantes hizo ver los problemas que genera a la humanidad la degradación del medio ambiente. Una lucha heroica, o cuando menos icónica. Para quienes el ecologismo tiene un significado, por mínimo que sea, las imágenes de lanchas evitando el lanzamiento de desechos radiactivos al océano o las embarcaciones interponiéndose ante balleneros son hitos guardados en la memoria límbica. Hazañas de un mundo que mutaba y que pasaron a una nueva generación.

Fue una victoria estratégica del movimiento ecologista y, destacadamente, de Greenpeace, su símbolo internacional: aquellos asuntos, o el gran asunto del medio ambiente, entró en la agenda de la gran empresa y de la alta política. Sin embargo, toda victoria conlleva un riesgo: administrarla. Greenpeace pasó de poder constituyente a poder integrado. No es ningún reproche, simplemente sucede, pero entraña un dilema en potencia. ¿Quién quiero ser de aquí en adelante?

Premisa nº 2: materiales para un nudo gordiano

El cambio climático antropogénico es un problema real, está aquí y tiene unas causas definidas. Determina una respuesta elemental para su atenuación: la reducción de gases de efecto invernadero. Uno de los capítulos para lograrlo tiene que ver con la transición energética. Sin embargo, esta transición no tiene un significado unívoco: existen vías tanto complementarias como contradictorias entre sí para llevarla a cabo.

Al tiempo que esto sucede, la biodiversidad se agosta. El número de especies de seres vivos se reduce. Ambos problemas se interrelacionan en varios puntos, pero en nuestra explicación resaltamos uno: necesitamos de la biodiversidad y de sus servicios ecosistémicos esenciales (generación de suelo, oxígeno, agua limpia, polinizadores…) para atenuar las consecuencias del cambio climático antropogénico.

El caso: en la línea del frente (que se note que estás presente)

De entre todas las vías posibles para la transición energética, el mundo empresarial español, el gobierno central, casi el 100% de los gobiernos autonómicos y parte del ecologismo institucionalizado, entre cuyas organizaciones destaca Greenpeace, han optado por la dominante. Reemplazar los combustibles fósiles por energías renovables sin cuestionar el núcleo del problema: la energía, con la tecnología actual, no es un bien abundante. Esto implica un tercer material para el nudo gordiano de nuestro tiempo: la Tierra no tiene reservas minerales suficientes para llevar a cabo este tipo de transición. Sin embargo, aunque conviene tenerlo presente, este no es el asunto del artículo.

Esta apuesta por una transición que no es una transición, sino una patada a seguir, ha convertido al rural en un campo de batalla. Es un frente interno de nuestra sociedad en el que, aunque no inquiete al intellect mediático ni preocupe a las agendas de la M-30 adentro, se está luchando una batalla encarnizada. Colectivos locales, individuos enrolados espontáneamente y determinadas asociaciones ecologistas y ayuntamientos, son los batallones de primera línea que están batiéndose el cobre contra la artillería inclemente, divisiva, antisocial, artera y tramposa de gobiernos y empresas. Tal vez estos cuerpos de choque sean el Greenpeace de nuestros días, el Greenpeace que fue en los años ochenta.

En este combate en el que los activos a pie de campo cuentan con todas las de perder por su debilidad, pero de vencer por la determinación de estar defendiendo el territorio y lo evidente, se vive con frustración y desengaño la incomprensión condescendiente, cuando no la hostilidad manifiesta, del ecologismo lejano. Por ejemplo, la de los compañeros y compañeras de Greenpeace.

En esencia, la polémica es la siguiente. Los activos locales saben dónde nace el agua en los montes y cómo se recargan los acuíferos, saben dónde vive la fauna y las plantas en peligro de extinción en las parameras, cimas y bancales, y pueden prever desde la perspectiva local cómo la implantación bárbara de macrocentrales de renovables agudizará la pérdida de biodiversidad y el cambio climático antropogénico. Sin embargo, obtienen por respuesta del sector más influyente, y por tanto poderoso, del ecologismo una gama de respuestas que por lo general oscila entre: a) lo vuestro es egoísmo N.E.M.P.T (No En Mi Patio Trasero); b) si lo que decís es cierto, la Evaluación de Impacto Ambiental dispondrá.

Escuchar de sus labios a) es claramente una ruptura de vínculos; b) es una reacción ingenua o una evasiva que se puede subsanar. Los activos locales del ecologismo están defendiendo los bienes medioambientales del rural español porque los poderes legalmente encargados de hacerlo, quienes tienen la competencia de realizar las Evaluaciones de Impacto Ambiental, en muchas ocasiones no lo han hecho y, en algunos casos, con actuaciones que, si no son prevaricación, lo aparentan. El Gobierno de Aragón se erige en paradigma del desafuero.

En todo caso, aducir las Evaluaciones de Impacto Ambiental como salvaguarda ha dejado de ser una fantasmagoría para convertirse en un baño de realidad hiriente: el Real Decreto 20/2022 evita la realización de Evaluaciones a todos los proyectos de centrales de renovables fuera de espacios protegidos. El posicionamiento del ministerio de Teresa Ribera contra la única normativa para la protección del medio ambiente y de la sociedad frente a los excesos de los macroproyectos ha sido la prueba del nueve para la respuesta b).

En el difuso frente del rural español se defienden los bienes medioambientales combatiendo contra dos enemigos. El primero, el afán de lucro de empresas para las que la lucha contra el cambio climático no es otra cosa que el gasto que supone idear y publicitar un marketing de palabrería empalagosa. El segundo enemigo es la perversión de las funciones del poder público, tal vez con futuras consecuencias políticas y penales, pero que por el momento está suponiendo perder cultivos, pastos, eriales, roquedales y árboles que son la base de nuestros endemismos y biodiversidad.

De modo que, a pie del cañón, por lo que se echan las horas, las noches y los días no es por las renovables o por evitarlas, sino por no despojar al rural de su riqueza medioambiental y de su belleza. La perspectiva es que lo que se tiene, el paisaje con sus secanos, sus prados, ribazos, pedregales y oliveras, se quiere reducir a cenizas para seguir manteniendo un modelo de negocio concentrado y especulativo, un estilo de vida depredador y extractivo. Los valles inundados del Pirineo elevados a la enésima potencia.

No es por las renovables, qué estupidez. En los pueblos se ansían el biogás, la biomasa, las placas en las granjas y las comunidades energéticas que boicotean gobiernos autonómicos y compañías eléctricas. Pero los pueblos no deben soportar la generación de una electricidad que ahora se puede producir donde se consume (o donde el medio ya ha sido alterado). Al menos no es este el lugar por el que comenzar. Una generación de electricidad para la que no es necesario sacrificar el stock medioambiental que nos queda, entre otras cosas, porque es necesario para luchar contra el cambio climático.

El rural no se puede responsabilizar de esa generación con la escala e intensidad que deben asumir quienes más consumen y quienes más se benefician, las ciudades e industrias. Es de justicia. Por eso, ¿dónde vais a estar, compañeras y compañeros de Greenpeace?, ¿en la estepa reseca, en la braña sonora, en la ribera risueña? Defendéis los océanos y os oponéis a las macrogranjas, como nosotros. En este frente, ¿vais a hacer el esfuerzo por ver cómo se ven las cosas donde se lucha pulgada a pulgada hasta por el último bicho? Recordad quiénes habéis sido, pensad quiénes sois. ¿Qué queréis ser de aquí en adelante?

Ivo Ínigo. Colectivo Sollavientos

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