En su libro “La rana que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de vida”, Olivier Clerc nos cuenta una analogía acerca de cómo la adaptación a un cambio puede llegar a asimilarse.
Una rana introducida en un recipiente con agua templada al que se le va subiendo progresivamente la temperatura, soporta el cambio. Dedica su energía vital a ir asimilando que el ambiente se va tornando un poco más hostil. A lo que se quiere dar cuenta, el agua esta tan caliente que no puede saltar. Si esa misma rana se introdujera en agua hirviendo directamente, daría un salto y escaparía de la quema. Sobreviviría.
Las personas tenemos un alto poder de adaptación. Eso explica que hayamos dominado todo tipo de ambientes y superado cualquier adversidad.
Si en un descampado cercano tiran un montón de basura o escombros nos llama la atención. Nos salta la conciencia de un exceso que se está produciendo. Sin embargo, si un día vemos una colilla, al día siguiente un papel pequeño, otro una bolsa y al cuarto una lata…, al cabo de unos años veremos un montón de escombros y nos parecerá normal. Somos capaces de ir asumiendo ese exceso hasta normalizar incluso la basura.
Cuando empezaron a aparecer en nuestro territorio las primeras centrales eólicas, nos llamaron la atención porque ves todo lo que supone: animales muertos, pérdida de otros recursos, destrucción de paisaje, luces por la noche, ruido… Aun así, algunas personas, han ido integrando esto en su día y día y les parece normal. El agua ha ido subiendo de temperatura y lo que vengo a llamar el “Síndrome de Estocolmo molinero” les ha raptado con promesas económicas exageradas y con un discurso falso sobre la despoblación. Se han acostumbrado lentamente a esa agresión.
La que se nos viene encima es agua hirviendo; decenas y decenas de centrales eólicas y solares proyectadas, sin respeto medioambiental y sin planificación global.
Una montaña con su altura forjada geológicamente en millones de años crece 200 metros en unos meses. Especies de animales deben aprender a convivir con esos cambios en tan solo unos días o huir a zonas remotas y tranquilas, que ya escasean. El paisaje, esa mezcla de lo humano y lo natural, es lo más preciado que nos queda en Teruel (o quedaba). Lo estamos hipotecando en manos de inversores que no saben ni donde esta nuestra provincia.
No nos dejemos hervir a molinos. Hay que saltar de ese carro antes de que sea demasiado tarde.
Estamos a favor de las energías renovables, de autoconsumo, sostenibles y cercanas a su lugar de consumo. Renovables sí, pero no así.
Artículo de opinión escrito por Uge Fuertes.